Una historia de mujeres
- Wolf Mother
- 7 jun 2022
- 11 Min. de lectura
Desde que tengo memoria siempre había querido ser mamá. Cuando era niña, jugaba a
ser la mamá de todos mis muñecos, y no sólo eso, era una mamá salvaje. A veces me
convertía en leona, a veces en loba, una osa, o humana también. Bañaba, arrullaba,
acurrucaba y daba de comer a mis hijos, todos los cuidados que necesitan los bebés, yo se
los daba. Recuerdo una ocasión, jugando en el sofá del cuarto de tele de mi casa, yo
llevaba a un león de peluche entre los dientes mientras gateaba por la orilla del respaldo
del sofá. En mi juego, mientras avanzábamos con cuidado por una zona de peligro, era mi
deber proteger a mi cachorro, y lo hacía con mucha entrega, comprometida con mi papel.
Desde entonces ha existido en mi ese deseo de ser madre. Sin embargo, si doy dos pasos
hacia atrás, encuentro que antes de mi hay una lista de mujeres y madres a mi alrededor,
las más cercanas, las mujeres de mi familia. Y me pregunto, si ha existido en ellas ese
mismo deseo que nació en mi.
En este legado hay múltiples generaciones de mujeres que se encuentran y convergen de
formas que siempre, y ahora más, me han resultado asombrosas y extrañas a la vez. Se
habla de magia en nuestra familia, más nunca se ha tomado como algo serio, al contrario,
se ha visto con una mirada de temor a lo desconocido, a pesar de ser algo muy familiar
para todas, y al mismo tiempo, se toca el tema con humor, hasta burla en ocasiones. Pero
no por mi. Yo siempre he creído en el legado de mi abuela y su abuela antes que ella. Y
creo que gran parte de nuestro poder como mujeres y madres se debe a la fuerte historia
que yace en los recuerdos de mi abuela. La historia que quiero contar es acerca de las
madres de mi familia, las primeras y las más recientes.
¿Quiénes son estas mujeres que se describen a sí mismas como guerreras incansables de
espíritus inquebrantables, aguantadoras y luchonas, pero, sobre todo, mujeres madres?
Comenzaré por lo que se y que conozco. Mi madre es la sexta hija en una familia de ocho
hermanos, donde 6 de ellas son mujeres. Cuando hablo con mi mamá sobre su familia y su
infancia puedo ver en sus ojos la mirada de alguien que quisiera poder regresar el tiempo
y volver a vivir. Escucho en su voz la nostalgia y la añoranza al recordar los tiempos de
antes. Y, al hablar de sus hermanas, una energía abrazadora se apropia de ella, como si
tan solo con nombrarlas su poder creciera volviéndola invencible. Sus ojos se iluminan, las
palabras fluyen en un sinfín de anécdotas dignas de ser contadas. ¿Será esto el retrato de
una verdadera sororidad? No solo unidas por la sangre, sino por la vida misma, las
experiencias que las unen y que las hicieron ser quienes son ahora.
Muchas veces he hablado con mi mamá sobre su vida como madre y como mujer. Es
inevitable dejar pasar su mirada cansada al hablar del tema. La frase, “todo lo que he
hecho lo he hecho por ustedes” es una constante en nuestras pláticas. Mi madre se casó a
sus 22 años y yo, su primera hija, nací cuando ella tenía 25. Como muchas mujeres de su
tiempo, mi mamá se casó porque el momento era el correcto y lla edad pertinente, su
destino la llamaba a ser una mujer madre de familia. Cuando le he preguntado si se casó
enamorada me contesta que más que amor, ella se sentía segura y sus padres sentían lo
mismo, sabían que ese matrimonio le brindaría seguridad, un sustento y un hogar para
criar una familia. Y así fue, eso nunca nos faltó. Sin embargo, puedo ver en los ojos de mi
mamá que a veces sueña con más de su vida, con haber tomado otras decisiones, con
haber sido dueña de su voz y de su andar. S in embargo, si de algo se encuentra
verdaderamente orgullosa es de nosotros, mi hermana, mi hermano y yo. Y como ella,
todas mis tías trazaron su camino de una forma similar. Matrimonios, hogares, hijas e
hijos. Y algo que puedo reconocer en todas ellas, ha sido su entrega total y completa en
vida hacia su descendencia. Y ese poder maternal, lo aprendieron de mi abuela.
De la memoria de mi abuela, cuenta la historia de su familia, el recuerdo más fuerte de sus
antepasados. Hace muchos años, la abuela de mi abuela viajaba por la Huasteca buscando
un lugar donde asentarse. Llegaron a lo que parecía una Hacienda y se acercaron al dueño
para pedir permiso para acampar en aquél lugar. El hacendado, aparentemente español,
les concedió el permiso para instalarse. Por la noche, mientras los gitanos disfrutaban sus
veladas a la luz de las fogatas y al son de sus canciones, el hacendado se sintió intrigado
por conocer más sobre estas personas que ahora habitaban sus terrenos. Al amanecer, se
acercó al campamento y lo primero que vio al llegar fue a una gitana limpiando maices en
su falda y alimentando a las gallinas. Esa fue la primera vez que vio a Reina del Cielo. El
flechazo de cupido fue inevitable, y a partir de ese momento, todos los días, los
enamorados buscaban la manera de encontrarse. Sin embargo, en una ocasión, cuando el
dueño de la hacienda llegó al campamento para encontrarse con su amada, los gitanos
estaban en pleno preparativo para un festejo. La boda de la hija del patriarca, le dijeron al
señor. Al parecer Reina del Cielo estaba comprometida para casarse con otro gitano, sin
embargo, esta boda no tendría lugar. El hacendado y la Gitana se fugaron antes de que
ella se casara. Con ese romance, se inició el linaje de la familia de mi abuela.
Los años pasan, y la historia de mi abuela continúa. El padre de mi abuela, Napoleón, y su
madre Rialta, tenían 3 hijos, mi abuela entonces era la única mujer. Cuando el hijo más
pequeño nació, Rialta se enteró que el padre de sus hijos ya estaba casado con otra mujer.
Al saber esto, ese mismo día por la noche, agarró sus maletas y a sus hijos y nunca más
volvió a ver a Napoleón. Se fueron a Tampico y llegaron con la familia de la madre de mi
abuela, su mamá y sus hermanas. Años más tarde, su madre enfermó y falleció. Las tías
de mi abuela avisaron a su papá del fallecimiento. Su padre fue a buscarlos y los arrebató
de la única familia que habían conocido. A base de engaños, Napoleón logra convencer a
Reina del Cielo de llevarse a los niños a “conocer” a su familia y esa fue su despedida y no
las volvieron a ver. Napoleón llegó con su nueva mujer para decirle que sus hijos estaban
solos porque su madre había muerto, su esposa los aceptó con la condición de que
borraran toda memoria de la familia de Rialta. Ellos fueron registrados bajo el nombre de
su madrastra y de su padre. 10 años más tarde, mientras mi abuela hacía mandados por
las calles del centro de la ciudad, escucha que alguien le grita y la llama por el nombre que
su madre le había dado, mismo que su madrasta también le arrebató. “América” le
gritaron unas mujeres, al parecer sus primas. A partir de ese momento, mi abuela pudo
reconectar con su linaje y su familia de origen y volvió a ver a su abuela, Reina del Cielo.
Dice mi abuela que a la fecha se acuerda más de ella que de su mamá. A escondidas de su
madrastra, mi abuela visitaba a su familia, principalmente, a su abuela. Cuando se casó
con mi abuelo, pudo llevar a sus hijas e hijos a conocer a estas mujeres, y esa fue la última
vez que vio a Reina del Cielo. Mi abuela recuerda esa historia con tristeza, tenía 15 años
cuando pudo volver a ver a su abuela. El linaje gitano viene de ahí, la abuela de mi abuela
era curandera y todo lo que mi abuela aprendió sobre las hierbas, sus propiedades
curativas y formas de manipular la magia, fue de ella.
Aunque todas mis tías tienen el don, muy pocas lo reconocen. Como lo había mencionado,
cuando se habla del don entre las mujeres de esta familia, pocas veces se toma como algo
real y mucho menos algo serio. Algunas lo sentimos en nuestro corazón y en nuestras
manos, otras sólo lo recuerdan como parte de una historia que a mi abuela le gusta contar
y que recuerda con nostalgia pero mucho orgullo. Lo que ella pudo dejar en sus hijas va
más allá de saber qué té se debe tomar cuando te duele la cabeza o cómo limpiar el
cuerpo con un huevo cuando no podemos dormir. El legado más fuerte de mi abuela son
la fuerza y la entereza con las que se enfrentó al mundo, una mujer cuya única misión fue
proteger a sus hijos y asegurar sus futuros, por sobre todas las cosas. “Como leona debes
proteger a tus hijos” dice ella. Sus hijos siempre estuvieron primero. Y ese mismo espíritu
guerrero lo transmitió a sus hijas. Una de mis tías, la más pequeña de las hermanas, me
contó que dentro de las anécdotas de mi abuela existe una muy especial, donde Reina del
Cielo realizó un conjuro que protegería a todos los hijos de mi abuela y a toda su
descendencia. Ella dice que este conjuro serviría para alejar todo mal que acechara a los
hijos de mi abuela y a su vez a sus hijos, sin embargo, como en todos los hechizos y
conjuros, siempre hay que leer entre líneas. Si hago un recuento de la historia de mi
mamá y de sus hermanas, de mis primas, de mi hermama y la mía propia, puedo
encontrar matices en ese conjuro. No puedo hablar de lo que no conozco, mucho menos
de lo que no he vivido, sin embargo, en mi memoria existen diferentes escenas a lo largo
de mi vida que, para bien o para mal, me tocó presenciar. Eventos que tanto a quienes
estuvieron presentes como a mi nos marcaron de una forma muy singular, como una
astilla que se encarna en la piel de tal manera que al final ya no la puedes quitar.
Pesonalmente, creo que más allá de una mera protección, Reina del Cielo quiso extender
el conjuro hacia lo más profundo de nuestro ser, como un despertar en nuestra intuición y
nuestro instinto maternal que nos transforma en estas guerreras incanzables, como lo
fueron ella, su hija y su nieta. Donde más allá de luchar en un mundo liderado por
hombres, la lucha se centra en la protección de aquellos quienes dependen de nosotras,
que nacen de nosotras y existen gracias a lo que nosotras hemos podido dar por y para
ellos y ellas. No en todas se ha despertado el instinto maternal, y no en todas se dio a la
primera, otras siempre lo hemos tenido, otras lo han ido encontrando y para otras a pesar
de estar ahí, aún no ha llegado. Hay quienes nos tocó ser madres por decisión, otras por
accidente, otras por requisito, tal vez. Sin embargo, la unión entre nosotras como mujeres
es fuerte, a pesar de ser completamente distintas las unas de las otras, entre tías, hijas,
primas y hermanas. Nos miro y puedo ver la sororidad a la que me referí en un principio,
esa misma energía poderosa que veo en mi madre cuando habla de sus hermanas veo en
nosotras, la sigueinte generación. Tanta es la confianza, que les pedí me ayudaran
compartiéndome su visión y su sentir acerca de la maternidad. Me impresiona cómo
nuestras respuestas son muy similares, entre primas y hermanas, y no sólo eso, cuando
cuestioné a mis tías, hermanas de mi mamá, las respuestas entre ellas también lo son.
Para mis tías, ser madres ha sido la mejor bendición y el reto más grande de sus vidas, lo
mejor que les pudo haber pasado y lo más aterrador. No les pesó dejar lo que eran antes
de ser madres porque se encontraron a ellas mismas en su maternidad. No puedo hablar
de sus vidas como mujeres porque siempre fui mera espectadora, sin embargo lo que
compartieron conmigo en su papel de madres, me dejó con un nudo en la garganta. En
todas es palpable el espíritu guerrero de su abuela Rialta, quien a pesar de estar
profundamente enamorada, no dejó que la traición la hiciera pequeña, al contrario, tomó
lo más importante para ella, a sus hijos, y se despidió. Si tan sólo contara las veces que mi
propia madre hizo lo mismo cuando fue necesario y otras donde las ganas no le faltaron
pero la frenaba todo lo demás, el sustento, la seguridad económica, el patrimonio, nuestra
vida “familiar”… me quedo corta de dedos en mis manos. Y se por ella que a mis tías les
tocó una suerte similar, todas se vieron en algún momento de sus vidas con las maletas en
la mano y los hijos en la otra.Nunca sabré qué fue lo quevno las hizo dar el paso que Rialta
fue capaz de dar, a pesar de tener todo en su contra, y llevarse además un corazón roto.
No me atrevo a preguntarles a ellas esto, sin embargo, sí puedo decir que cualquiera que
haya sido la razón, seguramente fue por ellas, por sus hijas y sus hijos.
Como mujeres siento que nos faltó guía, nos faltó escucha y mucho acompañamiento.
Entramos a un mundo desconocido cuando nos hicimos novias y esposas, sin embargo, a
pesar de que la materinada era un terreno nuevo por explorar, muchas no nos sentíamos
completamente extrañas en este nuevo papel, nos sentíamos más en sintonía con esto
que con ser mujeres de alguien más. Y a pesar de esto, ser madre en sí es como salirse de
este mundo y entrar a uno donde las cuatro estaciones te visitan en un día, los
sentimientos siempre están a flor de piel y tu control parece que se desvanece conforme
pasan los días… pero a pesar de todo, el ser madre siempre ha sido más importante que
ser mujer, o ser cualquier otra cosa. Recuerdo las palabras de mi mamá diciéndome:
puede no haber un padre, puede ser que el padre sea un padre ausente, pero como
madre, tú nunca puedes faltar. Para mi mamá, el lugar de una madre es el más
importante, incluso más que el que ocupaba ella misma como mujer y como esposa. No
puedo hablar de las experiencias de mis tías, ni de mis primas, pero puedo decir que a
partir de lo que yo viví tanto con ellas como con mi mamá, como yo misma… el escenario
es muy similar. Vivir bajo condicionamientos y sometimientos de los hombres que nos
rodeaban logró crear en muchas de nosotras una coraza, una armadura más fuerte que el
hierro. “Podrás pasar sobre mi pero no sobre mis hijos" otra de las frases de mi mamá, o
eso creía ella, y creemos todas las mamás, que nuestros hijos no se dan cuenta, pero vaya
que nos damos cuenta de todo. Para bien o para mal, me tocó presenciar muchos eventos
donde vi a estas mujeres fuertes, a estas guerreras incanzables, ser abatidas por un
hombre. Lo se porque yo también fui una de ellas.
Se que no se pueden juzgar las acciones de otros de acuerdo a lo que ahora sabemos que
es lo correcto, tratar de poner en una balanza lo que está bien y lo que está mal,
constantemente está cambiando. La brecha generacional separa más cosas que la edad, y
yo puedo reconocer en la mirada de mi mamá cuando hablamos de estas cosas que ella
realmente creía que las cosas eran así, pues ese era el papel que le tocaba desempeñar y
nadie le había dicho lo contrario. Y al mismo tiempo, cuando hablamos de todas estas
cuestiones, ella siempre es la primera en decirme: tu lugar no es ese, primero eres madre,
tambiém eres mujer y no eres mujer de nadie, no eres propiedad de nadie, las decisiones
son tuyas y de nadie más y siempre vela por tus hijos pues ellos dependen de ti y nadie
más. Sin embargo a la fecha mi papá aún tiene ese poder sobre ella, yo puedo ver su
impotencia, puedo ver su desesperación y al mismo tiempo puedo ver como esta guerrera
ha decidido levantar la bandera de la paz en la batalla. Es alguien a quien no voy a poder
cambiar me dices sin embargo los límites los puedo poner yo, y eso le aprendido a mi
mamá estos últimos años, el viento podrá soplar muy fuerte pero si la montaña es firme
no se va a derrumbar. Podremos perder muchos pedazos en el camino, pero como
mujeres tenemos el don de crear la vida y con esto recrearnos a nosotras mismas. Somos
seres mágicos, increíblemente capaces de cualquier cosa, tan fuertes como un roble y tan
suaves como la brisa de primavera. Y el caso de las mujeres de esta familia no es la
excepción. Las mujeres Maldonado somos magia pura. Somos la historia de mi abuela y
su abuela antes que ella. Somos el legado de un poder femenino tan grande que no
habíamos podido comprender, hasta ahora. Seamos madres o no, siempre seremos
mujeres. Hemos cargado con nosotros la bendición de ser portales de vida, guerreras
protectoras de la luz, que son nuestros hijos e hijas, pero también tenemos la bendición
de ser mujeres fuertes, incanzables, aguantadoras. Somos dueñas de nuestro destino, y
nunca es tarde para abrir los ojos y despertar del trance, sí, siempre seremos madres,
pero primero somos mujeres.

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