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Una historia de mujeres

Desde que tengo memoria siempre había querido ser mamá. Cuando era niña, jugaba a

ser la mamá de todos mis muñecos, y no sólo eso, era una mamá salvaje. A veces me

convertía en leona, a veces en loba, una osa, o humana también. Bañaba, arrullaba,

acurrucaba y daba de comer a mis hijos, todos los cuidados que necesitan los bebés, yo se

los daba. Recuerdo una ocasión, jugando en el sofá del cuarto de tele de mi casa, yo

llevaba a un león de peluche entre los dientes mientras gateaba por la orilla del respaldo

del sofá. En mi juego, mientras avanzábamos con cuidado por una zona de peligro, era mi

deber proteger a mi cachorro, y lo hacía con mucha entrega, comprometida con mi papel.

Desde entonces ha existido en mi ese deseo de ser madre. Sin embargo, si doy dos pasos

hacia atrás, encuentro que antes de mi hay una lista de mujeres y madres a mi alrededor,

las más cercanas, las mujeres de mi familia. Y me pregunto, si ha existido en ellas ese

mismo deseo que nació en mi.


En este legado hay múltiples generaciones de mujeres que se encuentran y convergen de

formas que siempre, y ahora más, me han resultado asombrosas y extrañas a la vez. Se

habla de magia en nuestra familia, más nunca se ha tomado como algo serio, al contrario,

se ha visto con una mirada de temor a lo desconocido, a pesar de ser algo muy familiar

para todas, y al mismo tiempo, se toca el tema con humor, hasta burla en ocasiones. Pero

no por mi. Yo siempre he creído en el legado de mi abuela y su abuela antes que ella. Y

creo que gran parte de nuestro poder como mujeres y madres se debe a la fuerte historia

que yace en los recuerdos de mi abuela. La historia que quiero contar es acerca de las

madres de mi familia, las primeras y las más recientes.


¿Quiénes son estas mujeres que se describen a sí mismas como guerreras incansables de

espíritus inquebrantables, aguantadoras y luchonas, pero, sobre todo, mujeres madres?

Comenzaré por lo que se y que conozco. Mi madre es la sexta hija en una familia de ocho

hermanos, donde 6 de ellas son mujeres. Cuando hablo con mi mamá sobre su familia y su

infancia puedo ver en sus ojos la mirada de alguien que quisiera poder regresar el tiempo

y volver a vivir. Escucho en su voz la nostalgia y la añoranza al recordar los tiempos de

antes. Y, al hablar de sus hermanas, una energía abrazadora se apropia de ella, como si

tan solo con nombrarlas su poder creciera volviéndola invencible. Sus ojos se iluminan, las

palabras fluyen en un sinfín de anécdotas dignas de ser contadas. ¿Será esto el retrato de

una verdadera sororidad? No solo unidas por la sangre, sino por la vida misma, las

experiencias que las unen y que las hicieron ser quienes son ahora.


Muchas veces he hablado con mi mamá sobre su vida como madre y como mujer. Es

inevitable dejar pasar su mirada cansada al hablar del tema. La frase, “todo lo que he

hecho lo he hecho por ustedes” es una constante en nuestras pláticas. Mi madre se casó a

sus 22 años y yo, su primera hija, nací cuando ella tenía 25. Como muchas mujeres de su

tiempo, mi mamá se casó porque el momento era el correcto y lla edad pertinente, su

destino la llamaba a ser una mujer madre de familia. Cuando le he preguntado si se casó

enamorada me contesta que más que amor, ella se sentía segura y sus padres sentían lo

mismo, sabían que ese matrimonio le brindaría seguridad, un sustento y un hogar para

criar una familia. Y así fue, eso nunca nos faltó. Sin embargo, puedo ver en los ojos de mi

mamá que a veces sueña con más de su vida, con haber tomado otras decisiones, con

haber sido dueña de su voz y de su andar. S in embargo, si de algo se encuentra

verdaderamente orgullosa es de nosotros, mi hermana, mi hermano y yo. Y como ella,

todas mis tías trazaron su camino de una forma similar. Matrimonios, hogares, hijas e

hijos. Y algo que puedo reconocer en todas ellas, ha sido su entrega total y completa en

vida hacia su descendencia. Y ese poder maternal, lo aprendieron de mi abuela.

De la memoria de mi abuela, cuenta la historia de su familia, el recuerdo más fuerte de sus

antepasados. Hace muchos años, la abuela de mi abuela viajaba por la Huasteca buscando

un lugar donde asentarse. Llegaron a lo que parecía una Hacienda y se acercaron al dueño

para pedir permiso para acampar en aquél lugar. El hacendado, aparentemente español,

les concedió el permiso para instalarse. Por la noche, mientras los gitanos disfrutaban sus

veladas a la luz de las fogatas y al son de sus canciones, el hacendado se sintió intrigado

por conocer más sobre estas personas que ahora habitaban sus terrenos. Al amanecer, se

acercó al campamento y lo primero que vio al llegar fue a una gitana limpiando maices en

su falda y alimentando a las gallinas. Esa fue la primera vez que vio a Reina del Cielo. El

flechazo de cupido fue inevitable, y a partir de ese momento, todos los días, los

enamorados buscaban la manera de encontrarse. Sin embargo, en una ocasión, cuando el

dueño de la hacienda llegó al campamento para encontrarse con su amada, los gitanos

estaban en pleno preparativo para un festejo. La boda de la hija del patriarca, le dijeron al

señor. Al parecer Reina del Cielo estaba comprometida para casarse con otro gitano, sin

embargo, esta boda no tendría lugar. El hacendado y la Gitana se fugaron antes de que

ella se casara. Con ese romance, se inició el linaje de la familia de mi abuela.

Los años pasan, y la historia de mi abuela continúa. El padre de mi abuela, Napoleón, y su

madre Rialta, tenían 3 hijos, mi abuela entonces era la única mujer. Cuando el hijo más

pequeño nació, Rialta se enteró que el padre de sus hijos ya estaba casado con otra mujer.

Al saber esto, ese mismo día por la noche, agarró sus maletas y a sus hijos y nunca más

volvió a ver a Napoleón. Se fueron a Tampico y llegaron con la familia de la madre de mi

abuela, su mamá y sus hermanas. Años más tarde, su madre enfermó y falleció. Las tías

de mi abuela avisaron a su papá del fallecimiento. Su padre fue a buscarlos y los arrebató

de la única familia que habían conocido. A base de engaños, Napoleón logra convencer a

Reina del Cielo de llevarse a los niños a “conocer” a su familia y esa fue su despedida y no

las volvieron a ver. Napoleón llegó con su nueva mujer para decirle que sus hijos estaban

solos porque su madre había muerto, su esposa los aceptó con la condición de que

borraran toda memoria de la familia de Rialta. Ellos fueron registrados bajo el nombre de

su madrastra y de su padre. 10 años más tarde, mientras mi abuela hacía mandados por

las calles del centro de la ciudad, escucha que alguien le grita y la llama por el nombre que

su madre le había dado, mismo que su madrasta también le arrebató. “América” le

gritaron unas mujeres, al parecer sus primas. A partir de ese momento, mi abuela pudo

reconectar con su linaje y su familia de origen y volvió a ver a su abuela, Reina del Cielo.

Dice mi abuela que a la fecha se acuerda más de ella que de su mamá. A escondidas de su

madrastra, mi abuela visitaba a su familia, principalmente, a su abuela. Cuando se casó

con mi abuelo, pudo llevar a sus hijas e hijos a conocer a estas mujeres, y esa fue la última

vez que vio a Reina del Cielo. Mi abuela recuerda esa historia con tristeza, tenía 15 años

cuando pudo volver a ver a su abuela. El linaje gitano viene de ahí, la abuela de mi abuela

era curandera y todo lo que mi abuela aprendió sobre las hierbas, sus propiedades

curativas y formas de manipular la magia, fue de ella.


Aunque todas mis tías tienen el don, muy pocas lo reconocen. Como lo había mencionado,

cuando se habla del don entre las mujeres de esta familia, pocas veces se toma como algo

real y mucho menos algo serio. Algunas lo sentimos en nuestro corazón y en nuestras

manos, otras sólo lo recuerdan como parte de una historia que a mi abuela le gusta contar

y que recuerda con nostalgia pero mucho orgullo. Lo que ella pudo dejar en sus hijas va

más allá de saber qué té se debe tomar cuando te duele la cabeza o cómo limpiar el

cuerpo con un huevo cuando no podemos dormir. El legado más fuerte de mi abuela son

la fuerza y la entereza con las que se enfrentó al mundo, una mujer cuya única misión fue

proteger a sus hijos y asegurar sus futuros, por sobre todas las cosas. “Como leona debes

proteger a tus hijos” dice ella. Sus hijos siempre estuvieron primero. Y ese mismo espíritu

guerrero lo transmitió a sus hijas. Una de mis tías, la más pequeña de las hermanas, me

contó que dentro de las anécdotas de mi abuela existe una muy especial, donde Reina del

Cielo realizó un conjuro que protegería a todos los hijos de mi abuela y a toda su

descendencia. Ella dice que este conjuro serviría para alejar todo mal que acechara a los

hijos de mi abuela y a su vez a sus hijos, sin embargo, como en todos los hechizos y

conjuros, siempre hay que leer entre líneas. Si hago un recuento de la historia de mi

mamá y de sus hermanas, de mis primas, de mi hermama y la mía propia, puedo

encontrar matices en ese conjuro. No puedo hablar de lo que no conozco, mucho menos

de lo que no he vivido, sin embargo, en mi memoria existen diferentes escenas a lo largo

de mi vida que, para bien o para mal, me tocó presenciar. Eventos que tanto a quienes

estuvieron presentes como a mi nos marcaron de una forma muy singular, como una

astilla que se encarna en la piel de tal manera que al final ya no la puedes quitar.

Pesonalmente, creo que más allá de una mera protección, Reina del Cielo quiso extender

el conjuro hacia lo más profundo de nuestro ser, como un despertar en nuestra intuición y

nuestro instinto maternal que nos transforma en estas guerreras incanzables, como lo

fueron ella, su hija y su nieta. Donde más allá de luchar en un mundo liderado por

hombres, la lucha se centra en la protección de aquellos quienes dependen de nosotras,

que nacen de nosotras y existen gracias a lo que nosotras hemos podido dar por y para

ellos y ellas. No en todas se ha despertado el instinto maternal, y no en todas se dio a la

primera, otras siempre lo hemos tenido, otras lo han ido encontrando y para otras a pesar

de estar ahí, aún no ha llegado. Hay quienes nos tocó ser madres por decisión, otras por

accidente, otras por requisito, tal vez. Sin embargo, la unión entre nosotras como mujeres

es fuerte, a pesar de ser completamente distintas las unas de las otras, entre tías, hijas,

primas y hermanas. Nos miro y puedo ver la sororidad a la que me referí en un principio,

esa misma energía poderosa que veo en mi madre cuando habla de sus hermanas veo en

nosotras, la sigueinte generación. Tanta es la confianza, que les pedí me ayudaran

compartiéndome su visión y su sentir acerca de la maternidad. Me impresiona cómo

nuestras respuestas son muy similares, entre primas y hermanas, y no sólo eso, cuando

cuestioné a mis tías, hermanas de mi mamá, las respuestas entre ellas también lo son.

Para mis tías, ser madres ha sido la mejor bendición y el reto más grande de sus vidas, lo

mejor que les pudo haber pasado y lo más aterrador. No les pesó dejar lo que eran antes

de ser madres porque se encontraron a ellas mismas en su maternidad. No puedo hablar

de sus vidas como mujeres porque siempre fui mera espectadora, sin embargo lo que

compartieron conmigo en su papel de madres, me dejó con un nudo en la garganta. En

todas es palpable el espíritu guerrero de su abuela Rialta, quien a pesar de estar

profundamente enamorada, no dejó que la traición la hiciera pequeña, al contrario, tomó

lo más importante para ella, a sus hijos, y se despidió. Si tan sólo contara las veces que mi

propia madre hizo lo mismo cuando fue necesario y otras donde las ganas no le faltaron

pero la frenaba todo lo demás, el sustento, la seguridad económica, el patrimonio, nuestra

vida “familiar”… me quedo corta de dedos en mis manos. Y se por ella que a mis tías les

tocó una suerte similar, todas se vieron en algún momento de sus vidas con las maletas en

la mano y los hijos en la otra.Nunca sabré qué fue lo quevno las hizo dar el paso que Rialta

fue capaz de dar, a pesar de tener todo en su contra, y llevarse además un corazón roto.

No me atrevo a preguntarles a ellas esto, sin embargo, sí puedo decir que cualquiera que

haya sido la razón, seguramente fue por ellas, por sus hijas y sus hijos.


Como mujeres siento que nos faltó guía, nos faltó escucha y mucho acompañamiento.

Entramos a un mundo desconocido cuando nos hicimos novias y esposas, sin embargo, a

pesar de que la materinada era un terreno nuevo por explorar, muchas no nos sentíamos

completamente extrañas en este nuevo papel, nos sentíamos más en sintonía con esto

que con ser mujeres de alguien más. Y a pesar de esto, ser madre en sí es como salirse de

este mundo y entrar a uno donde las cuatro estaciones te visitan en un día, los

sentimientos siempre están a flor de piel y tu control parece que se desvanece conforme

pasan los días… pero a pesar de todo, el ser madre siempre ha sido más importante que

ser mujer, o ser cualquier otra cosa. Recuerdo las palabras de mi mamá diciéndome:

puede no haber un padre, puede ser que el padre sea un padre ausente, pero como

madre, tú nunca puedes faltar. Para mi mamá, el lugar de una madre es el más

importante, incluso más que el que ocupaba ella misma como mujer y como esposa. No

puedo hablar de las experiencias de mis tías, ni de mis primas, pero puedo decir que a

partir de lo que yo viví tanto con ellas como con mi mamá, como yo misma… el escenario

es muy similar. Vivir bajo condicionamientos y sometimientos de los hombres que nos

rodeaban logró crear en muchas de nosotras una coraza, una armadura más fuerte que el

hierro. “Podrás pasar sobre mi pero no sobre mis hijos" otra de las frases de mi mamá, o

eso creía ella, y creemos todas las mamás, que nuestros hijos no se dan cuenta, pero vaya

que nos damos cuenta de todo. Para bien o para mal, me tocó presenciar muchos eventos

donde vi a estas mujeres fuertes, a estas guerreras incanzables, ser abatidas por un

hombre. Lo se porque yo también fui una de ellas.


Se que no se pueden juzgar las acciones de otros de acuerdo a lo que ahora sabemos que

es lo correcto, tratar de poner en una balanza lo que está bien y lo que está mal,

constantemente está cambiando. La brecha generacional separa más cosas que la edad, y

yo puedo reconocer en la mirada de mi mamá cuando hablamos de estas cosas que ella

realmente creía que las cosas eran así, pues ese era el papel que le tocaba desempeñar y

nadie le había dicho lo contrario. Y al mismo tiempo, cuando hablamos de todas estas

cuestiones, ella siempre es la primera en decirme: tu lugar no es ese, primero eres madre,

tambiém eres mujer y no eres mujer de nadie, no eres propiedad de nadie, las decisiones

son tuyas y de nadie más y siempre vela por tus hijos pues ellos dependen de ti y nadie

más. Sin embargo a la fecha mi papá aún tiene ese poder sobre ella, yo puedo ver su

impotencia, puedo ver su desesperación y al mismo tiempo puedo ver como esta guerrera

ha decidido levantar la bandera de la paz en la batalla. Es alguien a quien no voy a poder

cambiar me dices sin embargo los límites los puedo poner yo, y eso le aprendido a mi

mamá estos últimos años, el viento podrá soplar muy fuerte pero si la montaña es firme

no se va a derrumbar. Podremos perder muchos pedazos en el camino, pero como

mujeres tenemos el don de crear la vida y con esto recrearnos a nosotras mismas. Somos

seres mágicos, increíblemente capaces de cualquier cosa, tan fuertes como un roble y tan

suaves como la brisa de primavera. Y el caso de las mujeres de esta familia no es la

excepción. Las mujeres Maldonado somos magia pura. Somos la historia de mi abuela y

su abuela antes que ella. Somos el legado de un poder femenino tan grande que no

habíamos podido comprender, hasta ahora. Seamos madres o no, siempre seremos

mujeres. Hemos cargado con nosotros la bendición de ser portales de vida, guerreras

protectoras de la luz, que son nuestros hijos e hijas, pero también tenemos la bendición

de ser mujeres fuertes, incanzables, aguantadoras. Somos dueñas de nuestro destino, y

nunca es tarde para abrir los ojos y despertar del trance, sí, siempre seremos madres,

pero primero somos mujeres.

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